Poesía universitaria palmense, 1992-1998 (retazos testificales autobiográficos)

  • Poesía universitaria palmense, 1992-1998
    (retazos testificales autobiográficos)
  • Primera edición: 31 de enero de 2025
  • ISBN: 978-84-10092-97-6 / Depósito legal: M 2537-2025
  • Mercurio Editorial / Biblioteca de textos sadalónicos n.º 5



I. YO, TESTIGO. POCO MÁS

La conversación, como todas las que mantengo con él, fue grata. Enriquecedora. Mucho. Aquella tarde del siete de marzo de no sé ahora bien qué año (¿2023, quizás?), hablamos por teléfono de no pocos temas: de educación superior (su ámbito) y de educación secundaria (el mío); de cuestiones familiares que el azar quiso que nos emparejaran; de la meteorología de este continente en miniatura que disocia los calores capitalinos de los sureños; de… En fin, de tanto; y, sobre todo, de literatura, por supuesto, aquello que amamos y que nos ama. Aunque surgieron bastantes nombres, títulos y acontecimientos, me quedo con un tiempo, un espacio y una luminosa voz que supo habitarnos y que acabó envolviendo por completo la conversada: última década del siglo XX, Facultad de Filología de la ULPGC, Eugenio Padorno Navarro.

Habla un testigo. No me cabe otro rol. Yo no protagonicé nada memorable en ese tramo cronológico (tampoco en ningún otro intervalo de mi existencia anterior y posterior al periodo que nos convoca, digámoslo ya). Poseo la perspectiva que me conceden los afectos y las admiraciones que contraje con muchos a los que vi, conocí, con los que traté, de los que aprendí; y tengo la tranquilidad que me otorga el saber que nada de lo contemplado se ha depositado en mi memoria con acritud ni destemplanza. Estuve cerca, pero no dentro; contemplé, pero no hice; ¿quise?, quizás, pero no pude o no supe… Sea como fuere, entre mi acceso a la citada facultad (septiembre, 1991) y la defensa de mi memoria de licenciatura (enero, 2000) pude asistir a una extraordinaria eclosión literaria en la capital grancanaria que, tras la feliz charla telefónica, siento la necesidad de recoger, aunque sea consciente de que la versión de lo sucedido que ofrezca será incompleta, sesgada y desmayada: por una parte, porque me faltan muchos datos por incorporar, porque los desconozco o porque he decidido no dar cuenta de ellos por la razón que sea; por la otra, porque me centraré principalmente en un ámbito específico: el que representaron la Facultad de Filología de la ULPGC y, en menor medida, el Centro Insular de Cultura; y en lo de la flojedad, qué decir… Resignación, no queda otra.

Sobre el tramo que me muestran dos extremos segmentales muy específicos (a la siniestra, la voz de los poetas que conformaron lo que se vino a denominar, en 1992, Manifiesto poético último; a la diestra, la publicación, en 1998, de Última generación del milenio), trataré de ordenar lo que para mí se muestra ahora disperso y lejano. Mucho. ¿Demasiado? Sí, demasiado. Solo fuera del sistema solar y a considerable distancia es posible alcanzar a visualizar con la adecuada proyección el movimiento planetario alrededor de la estrella, calibrar la velocidad de los astros cuando son visibles y constatar, sobre todo, los vacíos, la inmensidad del silencio y de la insondable nada. ¿Alcanzará mi quehacer a colocar adecuadamente los hechos de hace tres décadas que ahora yacen dispersos y caóticos en la habitación de mis recuerdos? Lo más seguro es que no. El adverbio me queda grande. Aun así, deposito en estos apuntes —que han de servir sobre todo para entenderme— el alivio de las inquietudes que ocasionan los desniveles de mi memoria, que he procurado equilibrar de algún modo en esta empresa gracias a las consultas realizadas en un puñado de fuentes documentales; a la perspectiva —la dichosa perspectiva, la feliz perspectiva— que da el contemplar el pasado con los ojos de la vejez y observar cuán relativo es todo y cómo el tiempo —permanente apisonadora—, de un modo u otro, termina allanando el camino de las confluencias, «que va a dar en la mar» siempre. […]


VII. ES LA HORA. VOY TERMINANDO

«La fórmula con que se nos conminaba cuando el tiempo de entregar el examen estaba ya próximo a cumplir: “Vayan terminando”; y escuchado el aviso, ¿qué se podía en adelante anotar con sosiego? Materializar tal vez la frase con la que rematáramos un juicio; impensable otra cosa, aunque no renunciáramos a reunir, en un intento de prodigiosa síntesis, palabras que aludieran al menos, a cuanto por extenso —y en pormenor— había quedado sin decir. A veces, cuando estoy escribiendo —un quehacer que, en sentido esencial, no deja de saberse apremiado por lo finito de nuestra condición—, imagino escuchar una voz que, en un casi inaudible murmullo, me espeta por encima del hombro: “Va a ser la hora; ve terminando”».[1]

Me he quedado corto. Lo sé. Hubo más. Tuvo que haberlo. Lo intuyo porque, a poco que escarbe en los archivos de prensa, y en los catálogos bibliográficos, y en internet, y en los libros sujetos a curiosas añoranzas, los datos vuelven a la vida, pujan por salir, por ofrecerse. Nos gritan: «Fíjate en esto y vincúlalo con esto otro… ¡Todo está comunicado!»; nos impelen a continuar, nos afean las omisiones, nos azuzan con las imprecisiones… No sé si regresaré. Es un sinvivir el afloramiento constante de información rediviva en estas jornadas de escritura. Qué agitación. Qué borboteo tan absorbente y todo para que nos haya salido una gacetilla, poco más. ¿Que si me haré con otro billete para volver antes de que la nube negra desvirtúe por completo los recuerdos y las brújulas y sextantes muestren el camino a ninguna parte? Lo más seguro es que no. Creo sinceramente que alguien ha de tomar el testigo de lo poco que he podido anotar para hacer ese trabajo serio, académico, científico, justo, importante, relevante, etc., que hace falta; y que ese alguien no puedo ser yo. No soy capaz de realizar nada en condiciones, solo me guío por mis intuiciones. Por eso, comparto con quienquiera que asuma la noble empresa sugerida mi conjetura, que he intentado elevar a la categoría de tesis en estos volátiles apuntes. Dice así:

Entre la llegada de Eugenio Padorno Navarro como alumno de la Universidad de La Laguna y la llegada de Eugenio Padorno Navarro como docente de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, en esos veintiocho años de diferencia, gracias a su trascendental intervención, se cimentó una admirada y admirable manera de hacer y entender la poesía en lengua castellana que, con el tiempo, trascendió hasta adquirir las formas de una entidad filosófica que contribuyó al entendimiento de lo que es y representa la canariedad; y que condicionó la lírica y el pensamiento cultural que se desarrolló a lo largo de la década de los noventa del siglo XX para luego sentar las bases para que fuera posible durante este primer cuarto del siglo XXI esa literatura de nuestra tierra que hoy no dudamos en afirmar no solo su más que demostrable existencia, sino su destacada posición dentro del amplísimo y complejo universo de las letras hispánicas.

Esto sostengo. Esto creo. Esto comparto convencido de su verdad. Esto muestro esperanzado…

Forse altro canterà con miglior plectro.


[1]. Eugenio Padorno Navarro, Cuaderno de esbozos y apuntes poéticos del destemplado palinuro atlántico, 2005.